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viernes, 21 de agosto de 2020

Mi viejo, mi querido viejo


Han pasado ocho años de la última vez que lo tuvimos en vida. Un personaje impecable. Sencillo. Digno de admirar. Nosotros, cinco hermanos todos hombres. Que no quisiera que estuviera hoy presente y viera a sus hijos seguir sus consejos. Que a la señora Sonora Smart Dodd se le ocurriera la celebración de su día allá por 1909, tarde o temprano alguien tenía que hacerlo. No es por puro machismo pero si a la madre se le pone en un pedestal por su participación en el proceso de procreación o engendro y su incansable labor en la crianza de los hijos, el padre, por otro lado, merece un considerable reconocimiento. Es sacrificio. Es quien para el bitute.

Recuerdos de él tengo millones: como sus discusiones sobre política (era aprista) con mi tío Jesús; de fútbol (era universitarista -plop-); gustaba del cine (creo que era hincha de la Warner Bros.) de Humprey Bogart, de John Wayne, de Clark Gable, de David Niven y qué sé yo; en la música de los boleros, la guaracha, el tango y su mísica criolla (eso sí que era música y lo seguirá siendo); de sus caminatas a Chorrillos desde Lince; de su paciencia y tolerancia como nadie; de sus inmutabilidad al temor o susto (una vez, viniendo de viaje lo vi sólo caminando por la Av. Perú, lo quise asustar por atrás, me dijo "Hey!" eso es todo).

Recuerdo que nos despertaba temprano golpeando con la espátula el somier del camarote. En fin, recuerdos, miles de ellos. Cómo no está hoy con nosotros. Me queda el consuelo de haber conocido a su nieta (mi hija Brisne) después de tantos hijos hombres.

  • LO BUENO Nos dejó un buen legado. Soy honesto que a pesar de que no veía nuestras tareas escolares y se preocupaba por el pan de cada día de alguna manera influyó en nuestro desenvolvimiento.
  • LO MALO Todo tiene su final. Es parte de nuestra vida ver partir a nuestros progenitores. Aquellas que mi viejo partió sentí una sensación como nunca antes. Era como bajar y subir en esos ascensores antiguos a la vez.
  • LO FEO Sería no recordarlo, no tenerlo presente, no ponerle siquiera un ramito de flores.

Cómo lo extraño. Vuelvo a repetir aquella frase de Ruben Blades: Ay papá y mamá, si los tuviera en vida, cuántas cosas les dijera, cuántas cosas cambiarían (Maestra Vida).

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