Antonio Saavedra Moreno <data:blog.pageName/>

domingo, 30 de enero de 2022

EL SONIDO DEL SILENCIO

Aquel hombre de piel morena, ropa estrujada y mirada gris llevaba bruscamente del brazo a la niña por la trocha que conducía a la Hacienda de Don Augusto.
- Fíjese patroncito lo qui me encontré a orellas dil riachuelo, le pregunté so nombre y no mia contestao. Ledicho qui disdi hoy empeza a servirlo a usté.
Don Augusto, de apariencia enorme, cejas pobladas y un cargado mostacho, increpó a la menor:
- Así que mudita eh? Al menos sabrá hacer algo. Llévala a que conozca a los otros y dile lo que tiene que hacer.


El servil hombre la llevó a la habitación donde unas atentas miradas seguían a la niña.
- Se quida la mudita con ostidis por orden dil patrón. Una cama rápido, rápido.
Diciendo esto cerró la puerta tras de sí. Era un cuarto celeste pequeño donde apenas cabían dos colchones en el suelo y un espacio para colocar los zapatos y sus ropas.
Los niños eran casi de su edad, unos siete años, le hacían preguntas, la niña, nada:
- ¿Cómo te llamas? –preguntó una vocecita curiosa– Me dicen Antay, ella, mi hermana es Yanay y él Unay.
Nada.


A la mañana siguiente, luego del desayuno, un plato de quaker y papa sancochada, la niña que no hablaba y Yanay fueron llevadas a lavar al río la ropa del patrón y las frazadas.
Las ropas tendidas sobre las piedras mientras Yanay cantaba:
Pajarito sal de ahí
Pajarito sal de ahí
Ve a jugar con las flores
Sal a volar con libertad


La niña que no hablaba, con más confianza se puso a jugar lanzándose agua hasta que sin pensarlo se sumergieron en las aguas del río.
- Se hace tarde. Hay que recoger la ropa.
De vuelta con las ropas empapadas de pies a cabeza, entrando a la casa de puntillas para no incomodar, cuando una voz gruesa resonó a sus espaldas. Era Don Augusto las esperaba por detrás de la puerta.
- ¿Dónde estaban? Fíjese cómo están –mientras las mandaba a su habitación.
La niña echada mirando al techo en la oscuridad trataba de recordar las razones por las que se encontraba en ese lugar. Su padrastro la maltrataba y estuvo a punto de abusar de ella. Su mamá lo defendía. No aguantaba más y huyó de ese lugar. En Cascabamba vive la tía Francisca. Tendría que llegar como sea.


Los días transcurrían y se iba dando cuenta que las cosas no eran nada diferentes en ese nuevo lugar.
Unos días los ponían a lavar las cosas del patrón o mandaban a pastar a los carneros o traer agua del río.
Hay días en que el patrón se olvidaba de hacerlas comer. Para su corta edad sentía que era demasiado.
Para sus nuevos amiguitos también.
Si no había una mamá por ahí ¿por qué esos muchachos? ¿De dónde habían salido?


Una semana después, mientras la niña tendía las sabanas humedecidas en los gruesos y astillados palos de madera que estaban clavados hasta los suelos, escuchaba un ruido proveniente de la entrada. Era una pareja de esposos. Don Augusto salió a recibirlos con alegría inusual.
- Don Armando, doña Fortunata ¡qué maravilla! Pasen, pasen. Justo llegaron a tiempo. Les tengo una sorpresita que les va encantar. Pasen aquí a mi despacho. No demoro.
Su amabilidad resultaba irreconocible mientras se frotaba las manos. En ese momento ya no era el don Augusto que se la pasaba regañando, que todo lo veía mal hecho y con una voz fingida acercándose a pasos agigantados, la llevó adentro frente a la pareja. La niña dio un cordial saludo inclinando la cabeza
- Ella es….es Paca una niña muy trabajadora hace poco la hemos acogido en la hacienda, desde que entró siempre ha tenido un buen comportamiento –era raro verlo hablar maravillas más aún si provenían de él– ¿qué les parece? Le ayudaría mucho, es muy obediente y callada, no les estoy pidiendo mucho dinero por ella
Don Augusto con un ademán hizo que la niña se retirara. Ella al salir del despacho seguía escuchando las conversaciones detrás de la puerta. Sintió un escalofrió que recorría por todo su cuerpo, el temor se apoderaba de ella.


La niña se encamino a su habitación silenciosamente donde sus compañeros estaban sumidos en profundo sueño. Tomó la chompa gris que se encontraba en el suelo y se la puso. Se dirigió a la puerta trasera, solo quería salir de ese lugar que ocultaba muchas trampas y mentiras. Cruzó la puerta y se echó a correr lo más que pudo, serían unos 6 kilómetros a Cascabamba.
Era una noche tranquila, solo se escuchaba al viento chocando contra el trigal. A lo lejos unas voces seguido de disparos irrumpieron el silencio, al parecer se dieron cuenta de su ausencia. La muchacha asustada corrió tan rápido como pudo. Algo impactó en su espalda.
Su esfuerzo era inútil, estaban por alcanzarla. Cayó al suelo de pronto el silencio. Atónita su cuerpo lo sentía más frio, lo oía con claridad, era el sonido del silencio que anunciaba su final…

(2018 Landra Lourdes Saavedra Arenales)

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